Es muy común emplear en las limpias de negatividad sonajas o sonajeros agitándolos alrededor de la persona para que el poder de su sonido y de los elementos con que está formado actúe sobre el aura y la limpie de malos efluvios. Suelen ser de diversas formas y tamaños y estar confeccionados con calabacitas rellenas de semillas, aunque según cada creencia y país de origen, cambian las formas, tamaño y preparación. Su origen está en infinidad de culturas pero en todas coincide su uso, liberar y limpiar las energías negativas y atraer la buena suerte.
Bajo su cándida e inocente apariencia de juguete sónico, el sonajero esconde todo un pensamiento mágico transmitido a través de generaciones por la tradición oral popular.
Este objeto, que forma parte de los primeros años de la vida del niño y coexiste, en su indumentaria y quehacer diario, con otros elementos profanos y cristianos de protección, le entretiene, le alivia, ejerce de atributo profiláctico, lo identifica a ojos de los demás y contribuye a transmitirle fuerza y valor.
Su vinculación con los amuletos hace que sus orígenes sean tan antiguos como el hombre y existen referencias desde el Neolítico.
Los primeros que se conocen, calabazas secas, esferas de arcilla, cáscaras de coco, huevos de ave y conchas de molusco rellenas de piedrecitas o con cuerpos percutores independientes fijados a un soporte, servían para alejar a los malos espíritus gracias al ruido que producían al girarlos y moverlos.
Sacerdotes y chamanes los utilizaban en los momentos donde las sociedades primitivas eran más vulnerables a la agresión como el nacimiento y la muerte.
Bajo su cándida e inocente apariencia de juguete sónico, el sonajero esconde todo un pensamiento mágico transmitido a través de generaciones por la tradición oral popular.
Este objeto, que forma parte de los primeros años de la vida del niño y coexiste, en su indumentaria y quehacer diario, con otros elementos profanos y cristianos de protección, le entretiene, le alivia, ejerce de atributo profiláctico, lo identifica a ojos de los demás y contribuye a transmitirle fuerza y valor.
Su vinculación con los amuletos hace que sus orígenes sean tan antiguos como el hombre y existen referencias desde el Neolítico.
Los primeros que se conocen, calabazas secas, esferas de arcilla, cáscaras de coco, huevos de ave y conchas de molusco rellenas de piedrecitas o con cuerpos percutores independientes fijados a un soporte, servían para alejar a los malos espíritus gracias al ruido que producían al girarlos y moverlos.
Sacerdotes y chamanes los utilizaban en los momentos donde las sociedades primitivas eran más vulnerables a la agresión como el nacimiento y la muerte.